Las aves y la educación

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Soplar una pluma y seguir con la mirada su lenta caída hacia el suelo, o simplemente, verla flotar en el aire hasta que supera nuestro alcance; ó bien, acariciar con la suave pluma partida del plumero, la mejilla o los pies de nuestro compañero de juegos, y ver quién aguanta más las cosquillas. Son sensaciones que nos acercan por primera vez, de manera inconsciente, al mundo de las aves.

Más tarde, de zagal, mantener un volantón de mirlo o gorrión caído del nido entre nuestras manos, sentir ternura al llenar de pan mojado sus boqueras, y acurrucarlo contra el pecho hasta que su calor haga sudar nuestras palmas. Son también, muchas veces, nuestras primeras vivencias con el mundo de las aves silvestres, aunque también urbanas.

Sigue la vida, y de muchacho, como se dice en el mundo rural "ir de nidos", correr tras el vuelo trémulo de un perdigón, y una vez en nuestras manos, acariciar su frente y, ante su mirada huidiza o miedosa, soltarlo. Otras veces fue escudriñar el árbol, descubrir e investigar un viejo nido de finas hierbas, musgo o barro. Y ya de adulto, en la excursión, llenar nuestros oídos con trinos de primavera y dejarse llevar por unos instantes con el vuelo del aguilucho que cruza el aire limpio de nuestro día de campo; ó bien en el río, contemplar la elegancia orillada de una garza, o el vuelo fugaz del martín pescador; y en la puesta de sol, despedir al día con el maullido del mochuelo o el sonido aflautado y lastimero de un alcaraván.

Al observar o estudiar a las aves quedan en la retina, la memoria o el corazón, no se sabe bien, sensaciones inusitadas. Ver la sincronía de vuelo en un bando. Comprobar que del agua, la acuática no salga empapada. Asistir perplejo al teatro que un ave, falsamente herida, realiza para distraer o alejar nuestra mirada de su nido; estremecerse al escuchar en la noche el "ululeo" sonoro del canto de un cárabo; o en la ruta, frenar y descubrir en el camino los ojos relumbrantes de un chotacabras cegado por los faros. Sí, al observar a las aves se despiertan sentimientos.

Durante miles de años, las aves han tejido en el cielo una malla invisible con sus rutas migratorias. Sin embargo, a pesar de su vuelo y de suponérseles capaces de escapar, descubrimos que desaparecen, y que, aunque iban y venían, siempre tuvieron su sitio. Hoy, cuando esos hilos de la malla se desdibujan con la rarificación o extinción, a su vez, algo en nuestro interior nos dice que se hace más débil aún la frágil red de la vida. Vida que debe ser mostrada y "redibujada" desde la educación.

Las aves, para la enseñanza, no deben ser sólo vertebrados, sino "maestros de apoyo" que continúen la labor del "profe" cuando éste lo haya dejado. Es hora de abrir a los niños, niñas y jóvenes la ventana de las alas; y no sólo para que sientan todo lo anterior, o para que vean en ellas a un termómetro de la vida, sino para que al identificar, observar y estudiar a las aves, con ellas aprendan humildad, solidaridad, entereza, paciencia, música, diversidad, cooperación, ternura, teatro, diseño, orientación, sigilo, agudeza visual o guardar silencio... y no sólo competición.

Fco.Fdez.Parreño


Última actualización el Jueves, 02 de Mayo de 2013 13:23

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